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domingo, 10 de abril de 2016

Desde barca no pican

Desde barca no pican. Ni desde pato, ni desde orilla. Al menos ese día.

¡Qué día!

Un día casi idílico, al menos para nosotros. Finales de marzo, los peces "supuestamente" en prefreza y con la obligación de alimentarse, pensábamos nosotros. Con un sol radiante y una ligera brisa.
El resultado tras tocar minuciosamente multitud de enclaves del embalse fue de cero. Y no fue por no intentarlo. Estructuras de profundidad, puntas principales, secundarias, reculas largas, reculas cortas, con arroyos, sin ellos, con algas, sin ellas...
Solo un par de picadas infructuosas en todo el día...Eso el que tuvo más fortuna, que es también casi siempre el mismo, y no puede ser casualidad.

Pero como bien nos tienen acostumbrados, estos peces son imprevisibles. A veces, incluso, parece que se ríen de nosotros. Aunque al final todo guarda cierta lógica.

Ya casi dando por finalizada la jornada, nos bajamos de la embarcación a saludar a unos amigos que pescaban desde orilla y que habían tenido prácticamente idéntico resultado.
Entonces, le pido a César (que llevaba al igual que yo todo el día sin picada) su caña. Era solo por verla y comprobar qué tal lanzaba el carrete. El equipo era una maravilla: Daiko Borroughs y Daiwa T3, así que me animé a echar un lance. El primero fue excesivamente corto ya que el carrete estaba sin hilo, así que recogí rápidamente para procurar hacer uno largo que al menos me diese alguna opción de catar uno de esos esquivos peces.

Lanzo lo más lejos que puedo, dejo caer el superfluke al fondo y le imprimo un par de toques para que ejecute su característico zigzag. Lo vuelvo a dejar caer, y entonces, mientras asisto con estupor, veo como la línea comienza a desplazarse lateralmente de manera rápida. Confirmo que hay algo al otro lado y clavo con fuerza. La caña hace el resto. Unos cuantos saltos después, y entre las risas y la normal incredulidad del personal, allí estaba la bonita hembra que puso el broche a un día de pesca duro. Pero duro de los de verdad.



Aunque no todo es suerte, ni fortuna ni, por supuesto, casualidad. Ese pez no estaba allí por accidente para arreglarme el día. Lo estaba porque la zona guardaba comida, un pequeño escalón de acceso al cauce del arroyo, y unas pizarras de lo más sugerentes.

La casualidad fue mía, no del pez.




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