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domingo, 12 de junio de 2016

Tras las grandes hembras de postfreza

Hace ya alguna semana pude pegarme un homenaje de los que todo pescador debería disfrutar al menos una vez al año. Me tocaba ir sólo, a una zona notablemente concurrida y con unos peces que, era de suponer, estarían muy “tocados”.

La mañana no arrancó de la mejor forma, ya que me tocó dejar el coche a muchos minutos andando de la zona de pesca y, para mayor desdicha mía, tuve que hacer el camino caminando entre la primavera. Así, yo, que soy un inconsciente, acabé con el pantalón de chándal y  las zapatillas tal y como si me acabase de pegar un baño con ropa. Deseando que el sol azotase con fuerza para que se me secase la ropa proseguí andando hasta llegar a una zona que me inspirase confianza, ya que las zonas recién inundadas por la crecida repentina del embalse no parecían albergar peces, y menos teniendo en cuenta la época en la que nos encontrábamos, en la que la distancia de los peces con respecto a la zona de freza no suele ser excesiva.

La mañana no comenzaba bien: calado, cansado, y con la alergia haciendo acto de aparición, tampoco me acompañó la suerte en el primer lance pesquil de la mañana, que se saldó con un buen bass escupiendo mi jerkbait blando delante de un arbolito; no volví a saber de ese pez.
Para pescar desde orilla, en esta fecha, me gusta llevar dos cañas, una médium heavy y una médium light de spinning para pescar con señuelos más reducidos si la cosa se pone fea.

Fui sacando varios basses de tamaño medio hasta llegar a una zona de pizarras que proporcionaban una sombra en la que había, al menos, dos metros de profundidad. Lanzo pasadas las pizarras, dejo caer el vinilo lentamente y mientras va cayendo veo como un buen bass se lo zampa con parsimonia y tranquilidad, como degustándolo, así que con la misma tranquilad clavo. El lío vino después, y es que lo había clavado con la caña de finesse y un flurocarbono de 5 libras que debía sobrevivir a un pez de casi dos kilos y medio y a una retahíla de pizarras y ramas…Tras una lucha de esas en las que pocos puedes hacer aparte de intentar reconducir al pez levemente donde tú quieres, logro hacerme con un pez enorme, una hembra desovada que no llegué a medir, pero que se antojaba larguísima. Tras unas pobres autofotos y un vídeo, al agua de nuevo. 2'450 pesó finalmente.



Luego, las picadas se fueron sucediendo, la mayoría de ellas de peces de buen tamaño, rondando el kilo y medio. La técnica fue variando a lo largo del día, pasando de tomar con franqueza jerkbaits blandos, a comerse el jerk duro totalmente parado o, con el sol en todo lo alto, a sólo hincar el diente a pequeñas lombrices a la caída.



Una jornada de lo más entretenida, que acabó con la rotura de línea de otro buen pez que, tras ser clavado, se dirigió rápidamente a un árbol en el que defenderse.



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