No sé si me ha llegado muy pronto o muy tarde, pero ya lo
tengo. No era una obsesión, pero si una prioridad en cada una de mis jornadas
de pesca. No salgo a por un pez de 3 kilos, eso es casi una utopía, pero sí que
salgo a por los grandes, siempre. Es una forma de entender esto a veces un poco
estresante, de hecho, quizás últimamente no estaba disfrutando tanto de algunos
buenos peces como debería, siempre exigiéndome más. Lo mismo este pez me hace “relajarme”
de algún modo. Algún que otro mamón tiene la culpa de que tenga esta
mentalidad: y se lo agradezco, porque sí, salgo a pescar para divertirme
prioritariamente, pero como en casi todo me gusta mejorar e ir avanzando.
Sé que es mucha casualidad toparme con un pez así, al igual
que tenía la sensación de que en algún momento me iba a topar con uno. Era
cuestión de tiempo. Y lo mismo ha sido demasiado pronto, pero el que me conoce
y ha pescado conmigo sabe que no habrá sido por intentarlo, por pesado. En
bastantes jornadas anteriores, que pude compartir algunas de ellas con amigos
de este mundillo, ya había perdido peces notables, quizá (casi seguro) no tan
grandes como éste, pero sí de mucha calidad. Recuerdo, al menos, 4/5 veces de
ruptura de la línea (20 lb) por parte de algunos peces que se antojaban
bastante gordos. Alguno de ellos aún me quita el sueño. Del mismo modo, perdí
alguno ya casi en las manos.
Seguro que habéis tenido la sensación alguna vez de estar en
comunión con algún escenario de pesca en particular, pues esa es la sensación
que tenía yo en mis últimas jornadas pescando este sitio. Parecía tenerlo
controlado casi todo, localización, técnica, señuelo, horas más
productivas…Sabía qué era exactamente lo que querían y cómo lo querían, y muy
pocas veces a lo largo del año puedo decir eso con tal franqueza. Por eso
decidí ir un día más, a mediados casi de diciembre, a sabiendas de que los
peces estarían notablemente más apáticos y que, posiblemente, ya había perdido
mis mejores oportunidades con aquellos peces que fueron más listos que yo en
jornadas atrás.
Así que me dispuse a pescar, entrando al agua más tarde que
de costumbre, esperando a que los primeros rayos de sol hicieran acto de
presencia. El sol, como ya había advertido en anteriores jornadas, era clave en
la búsqueda de peces de calidad. Empecé pescando zonas que en otoño albergaban
muchos peces, pero ahí no había nada que hacer. Los peces “kileros” había
desaparecido, el agua estaba ya demasiado fría. Así que empecé a pescar las
zonas en las que tenía mayor esperanza. Al poco de empezar a pescarlas logré el
primer pez del día, el que sería el más pequeño de los dos que lograría
atrapar (2.300 kg), y el que me dio el patrón para poder hacerme luego con mi nuevo pez
récord. Lo engañaría orillado, en aproximadamente un metro de agua, tal y como
lograría luego la otra pieza. Unas fotos rápidas y al agua.
Luego decidí pescar una zona que es un paso constante de
peces gordos durante casi todo el año. A veces están y a veces no, o sí, pero
no siempre dan la cara. Afronté este escenario a la hora clave: a la una y
cuarto del mediodía empecé a pescar. Fui tocando distintas zonas hasta llegar a
la que me brindaría la picada. El toque del pez fue de lo más sutil, casi
imperceptible, pero logré clavar con contundencia al ver cómo el hilo salía
despedido hacia un lado. Luego pasaron unos segundos de lo más desquiciantes:
hablando con algún amigo, estos comentan que ellos prefieren no ver un pez si
luego lo van a perder. Yo opino lo contrario, prefiero verlo. No hay nada más
angustioso para mí que esos instantes en los que el pez empieza a correr como
un loco por el fondo, yo necesito verlo cuanto antes, al menos verlo, aunque
luego se pire en la primera acrobacia. Después de unas carreras brutales, de
esas que solo puede hacer un black bass, logré verlo. Dio, bueno, intentó
saltar, algo que yo no iba a facilitar en absoluto. Lo intentó en innumerables
ocasiones sin que yo fuera capaz de sujetarlo en alguna de ellas. Segundos
después, llega ese momento de decidir en qué preciso instante me lo llevo a las
manos. Es otro momento crucial, ahí el más mínimo fallo (agarrar la línea,
forzarlo durante un salto…) puede ser fatídico. Y fallé en primera instancia,
lo quise arrimar a mí antes de lo que él tenía previsto y justo a escasos 30
centímetros de mis manos volvió a correr hacia el fondo sacándome algún metro
de hilo. Después de esa carrera se acabó, recuperé línea rápidamente y
levantándolo a pulso lo coloqué en mi mano derecha. Ese momento, esa boca, no
se me olvidará jamás. Intuía que podía andar cerca de los tres, pero la báscula
me ofreció rápido la respuesta: 3.140 kg.
Anduve nervioso como una hora más después de la captura, tanto
que perdí algún pez más no sé de qué manera.
Ahora solo queda volver a tener esa pizca de suerte
necesaria para cruzarte con un pez de estos y que, en ese preciso momento, todo
se ajuste a la perfección. Lo mismo no llega nunca más, quién sabe. Lo peor,
como casi siempre en estos casos (iba solo), son las fotos. La cámara, sin
batería y el móvil haciendo lo que podía. El móvil, que es un troll tremendo,
incluso llegó a decirme nada más coger el pez que la cámara no estaba
disponible. Para mi suerte, se recuperó y dejó de jugar conmigo. Las fotos
fueron obra de un anciano que casualmente paseaba por allí y que parecía tocar
un móvil por primera vez. Fue muy amable aguantándome a mí y mi nerviosismo. Espero no haberos aburrido demasiado con esta crónica tan poco detallada en la que, más que nada, he querido transmitir una sensación, algo que los que no pescan éste pez casi seguro que no comprenden.